El padre Ioann (Krestiankin), que vivió una vida difícil, pasó por los campos de concentración, soportó muchas injusticias, sin embargo, siempre permanecía en acción de gracias a Dios y en alegría. Ya en una avanzada vejez, solía preguntar a los jóvenes que venían a verlo:
«¿Por qué no se alegran, por qué están tristes y sienten que la vida les pesa? Si el Señor me concediera, a mis noventa años, otros tantos más, ni entonces me cansaría de vivir, de alegrarme y de dar gracias a Dios».

Y el anciano Porfirio del Monte Athos agradecía al Señor incluso por las enfermedades graves. Al final de su vida, sufriendo de cáncer, decía:
«Aunque me duele, mi enfermedad es hermosa. La recibo como amor de Cristo. Me lleno de ternura espiritual y agradezco a Dios. Es por mis pecados. Soy pecador y Dios intenta purificarme».

Es decir, no existen circunstancias en las que no podamos dar gracias a Dios. Incluso en las pruebas más difíciles podemos sentir Su misericordia. Como decía el anciano Emiliano:
«El alma que se adhiere al Señor reconoce, comprende, interpreta y acepta cualquier pena como amor de Dios, supera todas las dificultades y se alegra aún más».

Al unir nuestra alma al Señor, siempre sentimos que Él nos ama, y Su amor se manifiesta en todo: en cada cosa que poseemos, en cada circunstancia de la vida, en cada persona que está a nuestro lado, en cada don corporal y espiritual que tenemos.

El hombre, en su estado habitual caído, no tiene la capacidad de tener tal visión, de modo que Dios se le revele en todo y en cada circunstancia de su vida.
Esa visión llena de gracia puede adquirirse precisamente a través del agradecimiento.
La gratitud abre nuestros ojos espirituales.
Y entonces, avanzamos en nuestro camino hacia el Reino de los Cielos con simplicidad y alegría.

Charla de la Higúmena Domnika.

Por Vasilije

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *