“Tomas de posición con motivo de la visita del Patriarca Ecuménico a Rumanía”
Su Beatitud el Padre Daniel, Patriarca de Rumanía, dio la bienvenida a Su Santidad Bartolomé, Arzobispo de Constantinopla-Nueva Roma y Patriarca Ecuménico, después de un oficio de Te Deum celebrado el viernes en la Catedral Patriarcal de Bucarest.
El Patriarca de Rumanía subrayó el contexto conmemorativo en el que tiene lugar la visita, con ocasión del Centenario del Patriarcado Rumano y de la Consagración de la pintura en mosaico de la Catedral Nacional, y expresó su gratitud por la canonización por parte del Patriarcado Ecuménico de algunos santos monjes atonitas de origen rumano en este momento significativo para nuestra Iglesia.
El Patriarca Ecuménico Bartolomé I subrayó el viernes, tras el Te Deum oficiado en la Catedral Patriarcal en honor de su llegada a Rumanía, que toda conmemoración o fiesta eclesiástica viene del pasado, pero está orientada hacia el futuro.
«Las conmemoraciones eclesiásticas se diferencian fundamentalmente de las demás conmemoraciones, porque, aunque su origen se encuentra en el pasado, ofrecen una perspectiva de futuro», dijo Su Santidad.
«Todo lo que viene del pasado en la Iglesia tiene, ante todo, una dimensión y una dirección escatológica. El pasado, en cierto modo, es sinónimo de corrupción; en cambio, el futuro es para la Iglesia sinónimo de esperanza y de vida».
El Patriarca Ecuménico recordó los momentos históricos que el año 2025 evoca para la Iglesia Ortodoxa Rumana: 140 años de autocefalia reconocida por el Patriarcado Ecuménico y un siglo desde la obtención del rango de Patriarcado.
Más abajo se encuentran los textos íntegros.
Fuente: basilica.ro
Mensaje del Patriarca Daniel
Su Santidad Bartolomé, Arzobispo de Constantinopla – Nueva Roma y Patriarca Ecuménico:
En nombre de los miembros del Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rumana, del clero y de los fieles ortodoxos rumanos, con especial respeto y con amor fraterno en Cristo, le dirigimos un caluroso ¡Bienvenido a Rumanía!
Recordamos con alegría la última visita fraterna que Su Santidad realizó a Rumanía, en el año 2018, con motivo de la consagración del Altar de la Catedral Nacional de Bucarest, acontecimiento de profunda importancia espiritual, que marcó un momento histórico único en la vida de la Iglesia Ortodoxa Rumana.
He aquí que, Su Santidad, hoy nuevamente estamos juntos, en la histórica Catedral Patriarcal, preparándonos para el oficio de consagración de la pintura en mosaico de la Catedral Nacional, el domingo 26 de octubre de 2025. El momento de la consagración de la pintura en mosaico de la Catedral Nacional tiene lugar en un contexto absolutamente especial para la Iglesia Ortodoxa Rumana, que en el año 2025 celebra el centenario de su elevación al rango de Patriarcado y los 140 años de Autocefalia.
La presencia de Su Santidad en Bucarest, con ocasión de este solemne acontecimiento de la consagración de la pintura en mosaico de la Catedral Nacional, es un testimonio vivo y una ocasión bendecida de comunión fraterna y de cooperación pastoral y misionera entre el Patriarcado Ecuménico y el Patriarcado Rumano.
La alegría de la presencia de Su Santidad en Bucarest se ve acrecentada por el hecho de que, recientemente, a nuestra petición, el Patriarcado Ecuménico ha incluido en el Sinaxario de la Iglesia a cuatro santos monjes rumanos que vivieron en el Santo Monte Athos: San Nifón del Prodromu, San Nectario el Protópsaltis, San Dionisio Vatopedino de Colciu y San Petronio del Prodromu. La proclamación de la santidad de estos cuatro padres atonitas de origen rumano en el Año del Centenario del Patriarcado Rumano expresa el vínculo espiritual incesante entre el Patriarcado Ecuménico y la Iglesia Ortodoxa Rumana, entre el monacato atonita y el monacato rumano. Por ello, damos las gracias a Su Santidad y a los miembros del Santo Sínodo del Patriarcado Ecuménico por la proclamación de la santidad de estos cuatro rumanos del Monte Athos.
Además, con esta ocasión, deseamos agradecer a Su Santidad por el cuidado especial y constante que manifiesta hacia la comunidad ortodoxa rumana de Constantinopla, que se halla bajo la protección espiritual de Santa Mártir Parasceva de Hasköy (Estambul), así como por los peregrinos ortodoxos rumanos que anualmente visitan los lugares santos del Patriarcado Ecuménico, especialmente el Santo Monte Athos. El apoyo de Su Santidad representa una fuente de consuelo y de fortalecimiento espiritual para los fieles ortodoxos rumanos de Turquía y para los peregrinos ortodoxos rumanos.
Con estos pensamientos fraternos, deseamos a Su Santidad, junto con los miembros de la delegación que le acompaña, una visita bendecida en nuestra tierra y en nuestra Iglesia.
† DANIEL
Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana
Respuesta de Su Santidad, el Patriarca Ecuménico Bartolomé, en la recepción solemne en la Catedral Patriarcal
Su Beatitud el Padre Patriarca Daniel de Rumanía, venerable Primado de la Iglesia Ortodoxa Rumana,
Venerables hermanos arzobispos,
Reverendos Padres,
Venerables monjes y monjas,
Bendito pueblo de Rumanía:
Visitamos una vez más la bendita tierra de Rumanía, así como a la Iglesia Ortodoxa Rumana, llenos de gozo doxológico y de santa emoción ante las demostraciones de honor de Su Beatitud, de los venerables Jerarcas que le rodean, del devoto clero, de las coros monásticas y del pueblo rumano amante de Cristo hacia Nuestra Humildad.
El motivo de esta visita es la conmemoración de dos acontecimientos decisivos para el curso de los asuntos eclesiásticos de este lugar y para su posterior desarrollo. El primero es la concesión, por parte de la Gran Iglesia de Cristo de parte nuestra en Constantinopla, del llamado estatuto de autocefalia interna, hace ciento cuarenta años, a nuestras eparquías eclesiásticas dentro de las fronteras de Rumanía. El segundo es el adornamiento, propio de esta Iglesia escogida, cuarenta años después, con el título honorífico de Patriarcado. Acontecimientos sellados con las firmas venerables de nuestros antecesores de eterna memoria, los Patriarcas Joachim IV y Basilio III.
En verdad, hermanos e hijos amados en el Señor, estos acontecimientos son dignos de memoria y de honor por ambas partes. Por eso alabamos a Su Beatitud el Padre Daniel, quien tuvo esta iniciativa, en primer lugar, por la solemne celebración litúrgica organizada, acompañada de numerosas otras manifestaciones de honor, gratitud y puesta de relieve de los factores benéficos para toda la vida de vuestra bienaventurada y hermosísima patria que se han derivado de estos acontecimientos.
La conmemoración de los acontecimientos históricos en la Iglesia Ortodoxa no es una obligación formal ni estéril, destinada a traerlos a la memoria con motivo de aniversarios. Sus fiestas y conmemoraciones están vinculadas al buen ser de la Iglesia y se identifican con el misterio de la fe en Cristo, que se renueva permanentemente en la Iglesia.
Las conmemoraciones eclesiásticas se diferencian fundamentalmente de las demás, porque, aunque su origen se encuentra en el pasado, ofrecen una perspectiva de futuro. Todo lo que procede del pasado en la Iglesia tiene ante todo una dimensión y una dirección escatológica. El pasado, en cierto modo, es sinónimo de corrupción, mientras que el futuro es para la Iglesia sinónimo de esperanza y vida. Las fiestas, si se desprenden de esta visión, decaden –de una realidad viva– en una simple enumeración de hechos vacíos. Porque, según la palabra del divino Gregorio de Nisa, la Fiesta es la confesión y el conocimiento de Aquel que verdaderamente es.
Toda la vida de la Iglesia es una fiesta continua. Su centro es nuestro Señor Jesucristo, Quien, como el que celebra siempre y siempre es celebrado en ella, mediante el santo misterio de la Divina Eucaristía y nuestra participación en él, renueva el mundo entero, une lo presente con lo pasado y con lo futuro, y llama incesantemente a los hombres a la participación en lo eterno.
A la luz de la gracia unificadora y renovadora del Dios tres veces santo, que habita en la Iglesia y desde ella se derrama hasta los confines del mundo, los acontecimientos históricos eclesiásticos adquieren un valor soteriológico.
Así, los acontecimientos que celebramos poseen el contenido y la fuerza necesarios para conducirnos más profundamente en los misterios de la fe, si nuestra mente y nuestro corazón se esfuerzan por elevarse por encima de los antropomorfismos y de los fines utópicos; es decir, por encima de aquellos factores que socavan el equilibrio perfecto de la fe ortodoxa, tal como lo establecieron los santos Padres portadores de Dios.
La fe en Cristo no es ni idealista ni terrena. Para adquirir la justicia, el equilibrio y la unidad de la vida de la Iglesia, que brotan de la fe, son necesarias fatigas y padecimientos. El curso histórico de la Iglesia está lleno de acontecimientos y sucesos difíciles por los que se ha atestiguado su ortopraxia, que dimana de la ortodoxia.
Para el buen estado, la protección y la vigilancia de lo descrito en breve, la Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia de Cristo, que decide por medio de los Sínodos y de su vida práctica, ha confiado la mayor y cruciforme responsabilidad al Arzobispo de Constantinopla. Hasta hoy, la administración sin murmuración —o más bien, con gratitud— de los asuntos sagrados de la Iglesia por parte del feliz coro de los Patriarcas, que con fatigas, esfuerzos y peligros han servido en la Santa Arquidiócesis de Constantinopla, da testimonio de la verdad de lo dicho y confirma la justicia de esta santa herencia que se nos ha confiado.
El hermoso y dulce fruto de esta santa herencia es el progreso de vuestra vida eclesial, gracias a los Actos Patriarcales que ahora se celebran.
Los estatutos internos distintivos en el seno de la Iglesia constituyen prueba del cuidado vigilante y de la atención constante hacia los que creen en Cristo. Su estructura episcopocéntrica, el inconmovible sistema de la Pentarquía instaurado en ella, la incontestable posición sacrificial del Arzobispo de Constantinopla, en calidad de garante del vínculo de amor y primer servidor de la armonización de las Iglesias Ortodoxas locales en la unidad litúrgica de la Iglesia de Cristo de Oriente, han sido asimilados hasta hoy en nuestra experiencia santificadora.
Esta experiencia de la Cruz y de la Resurrección, la Gran Iglesia de Cristo la reparte en todas partes indivisiblemente, sin agotarse y sin ensoberbecerse. Se dona sin vacilación, no rehúye la fatiga, no busca lo suyo, no actúa para la división, no antepone el interés propio, sino que busca el bien común. No se deja atrapar por lo temporal, porque mira a la eternidad. No se guarda para sí lo que ha aprendido de su santa experiencia espiritual.
Su camino histórico continuo e ininterrumpido muestra que es verdaderamente Madre auténtica y misericordiosa. De este seno materno ha sido dotada también la Iglesia Ortodoxa de Rumanía con aquellos dones institucionales que le permiten un mejor pastoreo y guía del rebaño racional de Cristo hacia los pastos de la salvación.
Los dones ofrecidos por la Iglesia-Madre a cada Iglesia local no representan simples condiciones libres y autosuficientes para su garantía exterior, sino, sobre todo, impulsos para un enfoque más profundo de sus problemas pastorales.
Las unidades eclesiásticas autocéfalas, tal como se han formado por las circunstancias históricas, después de mucha ponderación, estudio y oración por parte de la Madre común de los ortodoxos, la Iglesia de Constantinopla, y por parte de los Arzobispos y Patriarcas Ecuménicos a lo largo del tiempo, no son entidades administrativas estáticas al modo de las estructuras estatales, sino manifestaciones dinámicas de la nueva vida en Cristo en el mundo terrenal.
Por desgracia, la división de la estructura eclesial indivisible es mal entendida e interpretada muchas veces y por muchos conforme a los principios antes mencionados, considerándola como un estado de independencia y autoexistencia absoluta. Por el contrario, las autocefalias no sirven a la división, sino únicamente a la unidad. Las Iglesias autocéfalas no constituyen en su conjunto una confederación de socios iguales, sino una única y unitaria comunión eucarística, es decir, una comunión de identidad y de intercomunión jerárquica. La Iglesia desde el principio fue estructurada jerárquicamente y, aunque es de naturaleza carismática, permanece igualmente vinculada a su dimensión institucional.
Nos alegramos de que la Iglesia-hija de Rumanía celebre con gratitud su configuración institucional por medio de estas santas conmemoraciones de las que se ha hablado. Nos gloriamos en el Señor, con corazón alegre, de que en todo este tiempo haya honrado las expectativas de la Iglesia-Madre, cumpliendo y guardando los términos y condiciones bajo los cuales le fueron concedidas.
Aprovechamos su actitud digna de elogio para poner de relieve en este punto el gran peligro que amenaza al cuerpo panortodoxo: el apartarse, por espíritu de autosuficiencia, de la sana eclesiología. Los giros y desviaciones de las santas tradiciones observados en algunas Iglesias Ortodoxas Autocéfalas y los intentos de ignorar la posición distintiva de la Iglesia-Madre se han hecho ya evidentes.
No es admisible proclamar abiertamente que el sistema canónico de la Iglesia está superado y que la Gran Iglesia ya no tiene responsabilidad incontestable y cuidado obligado por el estado de las demás Iglesias. Quienes desprecian estas realidades olvidan que pueden sostener y escribir tales cosas solo gracias a la paciencia, bondad, amor y tolerancia de su Madre, que se sacrifica sin cesar. Las liberaciones pastorales formuladas institucionalmente no significan separación del cuerpo siempre nutritivo de la Gran Iglesia. Y el concepto de esta liberación no debe confundirse con su homónimo perteneciente e interpretado en el ámbito político-social. La liberación eclesiástica presupone mayores responsabilidades, tanto para la Iglesia liberada como para la Iglesia que la libera. Supone esfuerzo, amor, cuidado, desvelo y protección incesante por parte de la Madre para el recorrido de su hija, a veces incluso mediante educación, corrección, guía y llamada al camino recto.
El Arzobispo de Constantinopla – Nueva Roma – y Patriarca Ecuménico en ejercicio no es, por supuesto, un monarca, ni puede compararse con las jerarquías de poder del mundo. Es aquel que se bautiza continuamente e inmutablemente en las aguas de la fuente eclesial dadora de vida, de la que extrae la Gracia de la bendita humildad para llevar la cruz sin murmuración en su deber cotidiano, para la resurrección de muchos.
Sus intervenciones en el cuerpo ortodoxo no son demostraciones de autoridad y poder, sino sacrificio y fatiga por el buen orden de las Santas Iglesias de Dios en todos los lugares, que brotan naturalmente de una profunda conciencia de su deber.
Sus visitas y santos peregrinajes por todo el mundo, por distintos motivos y ocasiones, son las visitas de un humilde servidor de la unidad, del amor, de la convivencia, de la paz y de la reconciliación, para la edificación del Cuerpo de Cristo y para la manifestación del ethos ortodoxo, del que el mundo, en permanente cambio, necesita hoy más que nunca.
Expresamos, en este momento solemne, la alegría de la Iglesia-Madre, así como la nuestra personal, por la firmeza de Su Beatitud en la verdad eclesiológica. Nos alegramos y alabamos el hecho de que las llamadas inquietudes teológicas, que hubieran querido desplazar la eclesiología ortodoxa hacia una visión de tipo cooperativista, no han echado raíces —una visión que habría tenido consecuencias desastrosas para la entera Iglesia de Cristo.
Le agradecemos desde lo más profundo del corazón su cálida acogida y bendecimos paternalmente al pueblo creyente de Rumanía por su piedad y constante devoción hacia la Gran Iglesia.
